La conducta delictiva se aprende. No siempre ocurre a
causa de la alteración de una estructura
de la personalidad, ni de los instintos agresivos, o apegada a la teoría
genética que engendra una “mala semilla”,
sino más bien a un modo de pensar que
se desvincula de la moral.
El antisocial no
procesa los valores morales; es incapaz de comprenderlos. Le es imposible
mostrar el más mínimo interés en la tragedia o la alegría. Tampoco le conmueven la bondad
o el horror y hasta el sentido del humor pierde
significado.
Nada en su conciencia existe que pueda parangonarse con
estos conceptos. Si no cumple ni sus propios pactos, el espacio moral es caída
libre. Uno de los orígenes de la conducta delictiva es la subcultura del código
de honor que depende de cómo los
perpetradores ven a las personas que aniquilan.
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