Según la teoría cognitivo-conductual el modo cómo una persona piensa,
percibe, analiza y valora la realidad influye en su ajuste emocional y
conductual (Garrido, 2005);así, la literatura relaciona el comportamiento
antisocial con estructuras cognitivas distorsionadas o prodelictivas
(Herrero, 2005;Langton, 2007),en tanto que éstas precipitan, alimentan,
amparan o excusan las actividades delictivas (Redondo, 2008). Estas
distorsiones pueden hacer que cada sujeto, para justificar su comportamiento
antisocial, describa el delito desde su propia perspectiva,
llegando incluso éstas, en casos como el delincuente sexual, a funcionar
como «teorías implícitas», explicativas y predictivas del comportamiento,
hábitos y deseos de las víctimas (Ward, 2000). Estos pensamientos,
en ocasiones, aparecen de forma automática, siendo resultado de los
aprendizajes acumulados a lo largo de la vida (Beck,2000;White, 2000).
En concreto, la terapia de control cognitivo aduce que la falta de control
del sujeto sobre su conducta desviada se debe al derrumbamiento de la
autonomía cognitiva, cuya misión consiste en hacer posible discernir los
estímulos de la realidad externa de las fantasías y, en último término,
dar un sentido lógico y realista a los pensamientos (Santostefano, 1990).
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